El mismísimo Descartes tendría un smartphone en nuestros días y probablemente reformularía su famosa premisa “Pienso, luego existo” al verse inmerso en los cuestionamientos que supone la vida en la era digital, tanto para el individuo como para la colectividad, y lo que estas condiciones implican en la interpretación de lo que llamamos realidad.
Esta nueva premisa: “Tengo señal, luego existo”, podría ser la adaptación actual del reconocido enunciado del filósofo francés del siglo XVII. Pero más que un planteamiento epistemológico, esta es la manera de resumir la idea que me dice que el uso de los smartphones – ya sea BlackBerry u otra marca, aunque para esta historia me centraré en los populares BB’s – ha transformado nuestra manera de socializar, basculando al individuo entre la vida y la muerte social a través de sus múltiples aplicaciones de interconexión.
La “manzana” – irónicamente la historia no aconteció con un iPhone de Apple – cayó sobre mi cabeza cuando un día, estando en la comodidad de mi apartamento, tenía la visita de una querida amiga y sentados en el sofá veíamos TV. Quiero aclarar que ver TV en el sofá adecuado es todo un arte, y el mío provee una experiencia propia de los maestros renacentistas; pero este es tema para otro blog. Sucede que mi apartamento se encuentra en un primer piso y como todos los que también viven más cerca de la calle lo saben: la señal de celular es pésima. Después de un tiempo me he acostumbrado a esto y ha dejado de importarme, dándole descanso también a mi teléfono durante las horas de la noche. Pero también sucede que esta precariedad te lleva a buscar esos puntos en los que de una manera casi mágica – aunque seguro habrá una explicación técnica – la barra de la señal puede pasar de 0 a 2 en cuestión de un paso. Estos “spots” son verdaderos oasis para el ciudadano digital común y corriente, que necesita estar conectado al mundo exterior a través de su celular, incluso si no lo utiliza.
El día en el que recibí la visita de mi amiga llegamos al apartamento y nos instalamos. Le ofrecí algo de tomar y siendo un día de semana, busqué en la programación del cable la serie “Two and a Half Men”. Tenía ganas de reir y este programa nos ofrecería el entretenimiento que buscábamos. Mientras me encargaba de las bebidas, veía a mi amiga afanada y preocupada al mismo tiempo porque su recién adquirido BlackBerry no tenía señal. Inmediatemente supe que no era problema de su proveedor, sino que se trataba del ya conocido mal de mi apartamento. En ese momento pude entender su consternación y le revele esos “spots” que ya habia descubierto. Entre el momento en que comenzó a moverse a través de la pieza para encontrar señal y el instante en que las barritas aparecieron en su pantalla, habrá transcurrido medio minuto, y fue ahí cuando entendí que esos habían sido agónicos 30 segundos de muerte social. Contemplar esta escena me sirvió para entender que el mencionado BB satisface no solamente las necesidades de comunicación, sino que crea un nuevo espacio de interacción social, pero que ese espacio es limitado a la recepción telefónica.
Esa escena puede asimilarse al modo de existencia de un cyborg, un organismo mitad humano, mitad electrónico, que necesita de una fuente de energía artificial para funcionar. Al obtener señal el individuo existe en la comunidad digital, a través del BB Chat, MSN Messenger, ingresar a Facebook o Twitter, u otra aplicación y se convierte en un ser multidimensional, estando presente en diferentes espacios al mismo tiempo. En cada espacio el individuo puede tener la misma identidad o diferentes en cada una de ellas, multiplicando así sus opciones de realidad.
Esta condición de existencia se ve reforzada todavía más por el hecho que el usuario no puede desconectarse del BB Chat, una condición obligada, es decir no puede salirse de esa realidad más que apagando el celular o perdiendo la señal; solamente puede regular su disponibilidad hacia los demás a través del cambio de status, o en caso se desee desinstalar la aplicación.
Entre los usuarios de BB’s surge el debate de la adicción al aparato, generada principalmente por el BB Chat, y el adecuado uso de esta aplicación. ¿Cuándo es corecto o incorrecto utilizarlo? ¿Existe un abuso en el uso? He escuchado muchas quejas de no usuarios, principalmente, quienes opinan que es “de mala educación” estar pegado al chat durante una reunión, o durante la misa, por ejemplo; hay quienes destacan los riesgos de seguridad de conducir y chatiar al mismo tiempo. Por otra parte, empleadores se quejan del uso de éste durante las horas de trabajo argumentando que “los empleados no logran concentrarse en su labor si están pendientes del chat”. Algunos usuarios manifiestan que la moderación es posible y que cada quien se impone un “código de ética” para su uso, dejándolo solamente para las horas de ocio. Otros se confiesan adictos empedernidos.
Esta BB-dependencia, parece ser más fuerte entre los más jóvenes quienes son más propensos por varias razones: 1- la predisposición natural de los jóvenes a adoptar nuevas tecnologías; 2-la presión social de sus grupos de referencia a poseer un aparato y el hecho de que es “más fácil” comunicarse con sus amigos de esa manera “porque todos están ahi”, lo cual se vuelve aun más cierto si se tiene un chat grupal; 3- el factor económico: los jóvenes al tener presupuestos limitados prefieren hablar por chat “porque es gratis” a realizar una llamada que “sí tiene un costo”.
La premisa “tengo señal, luego existo” cobra sentido en este contexto digital y nos permite entender la complejidad de los nuevos mundos virtuales, de sus puertas de acceso y de salida, de las formas de interactuar, del compartir significados y de la definición de realidad. Pero este dilema se ve envuelto de una serie de interrogantes comunes al movimiento digital. ¿Tener un smartphone es una opción obligada si se quiere “estar conectado con el mundo”? ¿Cuál es ese mundo y es diferente al mundo real o son la misma cosa? ¿Es posible dejar de vivir la vida real por una virtual? ¿Es posible establecer códigos de ética consensuados para el uso de las redes sociales? ¿Existe un abuso en el uso de estas tecnologías y dónde deben dibujarse los límites para que ésta sea una práctica sostenible?